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remolinos de hayedos junto a su cuna

A ambos lados de la carretera que conduce al corazón natural de Cantabria se arremolinan los bosques de hayedos, casi ya olvidados del otoño y dispuestos, una vez más, para un invierno frío a hasta el extremo. Zigzagueantes caminos de asfalto, perturbadores rayas que peinan con cierto descaro la naturaleza, vaivenes...


En el interior de Cantabria, los paisajes que rodean el nacimiento del río Ebro, dibujan el perfil más auténtico de la provincia. Desde Retortillo se descubre la imagen más bella del embalse del río Ebro


... que llevan a uno de los rincones de España donde aún es posible mecer la ternura al ritmo que marca el sonique cautivador de la naturaleza. Y es ese el camino el que lleva, sin dejarse tentar por los desvíos que conducen a la costa, al nacimiento del río Ebro, a la pequeña localidad de Fontibre. La aldea es un bello entramado de casitas de piedra, tejados de roja teja y ventanas remachadas en madera, que se apilan como si quisiesen abrazarse para mejor así pasar el invierno. Todas buscan la caricia del llanto infantil del Ebro niño. De ahí que las balconadas teñidas de verde, azul... busquen cualquier escusa para mirar, aunque sea de refilón, esas primeras aguas.

Fontibre se encuentra enmarcada dentro del término municipal de Campoo de Suso, a unos seis kilómetros de la ciudad de Reinosa y a otros tantos de una de las estaciones de esquí más populares de Cantabria, la del Alto Campoo. Quizá, si no fuera por el nacimiento del Ebro, Fontibre se escaparía de la ruta de los viajeros que buscan rincones donde descansar. Incluso, si no fuera por el río, seguramente Fontibre no tendría una de las casas rurales con más encanto de estas lindes (la Posada Rural Fontibre), ni una de las casas de comidas más sorprendentes (Restaurante Fontibre) y, por supuesto, no existiría una pequeña ruta que recorre las lindes del nacimiento del Ebro. Un agradable paseo entre árboles frondosos, en el que los patos que juguetean revoltosos entre las aguas, y que se tropieza al comienzo con una reproducción de la Virgen del Pilar, acompañada de los escudos de todas las comunidades bañadas por el río. Impresionante es ver que al lado de la pequeña escultura, que viene a ser el recordatorio de que el río baña la ladera donde se erige la Basíliaca del Pilar en Zaragoza, hay un pequeño altar en el que, muchos de los caminantes y excursionistas, abandonan sus peticiones, ofrecendas y cintas con oraciones para la Virgen.

Desde Fontibre dirección a Palencia (pero sin abandonar las lindes cántabras), el camino deja atrás el castillo de Argüeso, una construcción de los siglos XII y XIV, en el que se sabe que habitó la madre del marqués de Santillana; y, camino de Santander, se descubre el impresionante embalse del Ebro, en la localidad de Arroyo.

Las carreteras que serpentean las montañas cántabras entran y salen, con cierto capricho, de la provincia, como jugueteando con sus lindes geográficas. Así, desde Fontibre se llega a Reinosa, a Matamorosa, a Barruelo de Santullán (Palencia), a Mataporquera, más abajo a Aguilar de Campoó (Palencia), a Salces, a La Miña, a Argüeso, a Villacantid y a Paracuelles. Cada punto son descubridoras rutas por las entrañas más rurales de Cantabria. Sin embargo, hay dos paradas en el camino imprescindibles cuando uno se aventura a perderse, aunque sea un fin de semana, por el corazón terruño del norte de España. Dos lugares de esos a los que ir por su curiosidad, por su historia, por su belleza: Cervatos y Retortillo.

ROMÁNICO SEXUAL. Es en la localidad de Cervatos, situada a unos siete kilómetros al sur de la ciudad de Reinosa, donde se encuentra una de las maravillas arquitectónicas de Cantabria. Para llegar al pueblo tiene que seguir la carretera nacional 61, dirección a Palencia, una desviación, que viene señalizada a la derecha, conduce directamente al pequeño rincón natural de Cervatos. Un pequeño pueblito de construcción muy parecida a las tradicionales aldeas cántabras, de callecita empedradas que ascienden con vértigo hacia la cumbre, de muros de piedra que cubren las lindes de cada hogar, de prados en los pacen con cierta parsimonia las vacas... Y justo en lo alto, como inclinando su historia hacia el abismo, se encuentra una de las joyas de estas tierras, la colegiata de San Pedro de Cervatos.

El edificio fue declarado Monumento Nacional en el año 1895 y desde entonces, este monasterio que parece ser que fue fundado en el 999, es una de las muestras del romántico norteño que más visitas recibe. Durante el verano, siempre encontrará alguna guía que le explicará cada detalle (y son muchos) de la colegiata. En invierno, pregunte a cualquier vecino por la llave de la iglesia para poder verla por dentro y la posibilidad de que una guía les acompañe. En cualquier época del año pida que se la enseñen, es una delicia la explicación de la guía del pueblo.

La primera maravilla de la Colegiata de San Pedro es su colección de canecillos, donde se pueden observar múltiples figuras de animales y representaciones humanas con fuertes connotaciones sexuales. Escenas provocativas que se repiten en las bóvedas, los capiteles y en el frontón. Algo bastante normal dentro del románico, pero bastante sorprendente en estas tierras cántabras.

Se sabe que antes de ser colegiata, el edificio era un monasterio, fundado por el Conde Sancho de Castilla. Hoy, la muestra se encuentra en perfectas condiciones y llena de leyendas. No deje de observar la puerta que lleva tímpano y dintel decorados con relieves vegetales y hojas entrelazadas. En las enjutas hay relieves incrustados con temas bíblicos: Daniel entre los leones, Adán y Eva, San Miguel Arcángel, la figura de un obispo, etc. El interior ha sido muy modificado en las bóvedas de la nave, que fueron fabricadas muy posteriormente a la edificación románica. Lo puro de este estilo está en el arco triunfal y en el ábside.

De Cervatos, se retoma la carretera, que comienza a pincelar las laderas de las montañas que ya forman parte del término municipal de Campoo de Enmedio. En este trocito de Cantabria se encuentra la pequeña localidad de Retortillo. En lo alto de un promontorio, vigilante de uno de los laterales del gran embalse del Duero y del valle extenso y de un verde inmaculado que rodea la localidad, se encuentra entre Reinosa y Arroyo.

HUELLAS ROMANAS. Retortillo no es más que una pequeña localidad, cuyas casas también se amontonan unas con otras, dejando tan sólo que el aire invernal que sopla a esas alturas se entretenga con un laberinto de callecitas que suben y suben, y alguna vez bajan por la ladera. Quizá lo más espectacular del pueblo se encuentra justo a la entrada. En el mismo momento que llegas a Retortillo, se asoma otra de las joyas arquitectónicas cántabras, la Iglesia de Santa María. Fue construida en el siglo XI y lo que hoy aún se conserva son varias piezas decorativas del cercano románico palentino. Ya en el exterior se ve un tímpano muy laborioso y un campanario al que se accede por una vertiginosa escalera de piedra. Desde lo alto de estas escaleras, se tienen las mejores vistas del valle y de las ruinas romanas que descansan a los pies de la Iglesia. Parece ser que esta zona de Cantabria fue uno de los principales enclaves romanos del norte de España. Buena prueba de ello son estas ruinas de Retortillo.

Fueron descubiertas en el año1768. Parece ser que en total había unas treinta construcciones, que formaban parte de una antigua ciudad romana. Sin embargo, hoy sólo se puede ver, percibir, una una hectárea. La han bautizado como Ciudad romana de Julióbriga, y están perfectamente explicadas a través de paneles aclarativos. En ellos se señalan cada parte del poblado, las zonas de pastoreo y los rincones más lúdicos de la antigua civilización. Destacan los restos arqueológicos de las casas de patio central de tipo mediterráneo y las viviendas de bloque con corrales adosados, de tradición indígena. La ciudad cuenta, además, con un centro público, un pequeño foro, lugar de culto y sede de las instituciones del gobierno local, y un hábitat concentrado. Esta conjunción de elementos, que era tan normal en las antiguas construcciones de ciudades hispanorromanas, es absolutamente desconocida en la arqueología romana de Cantabria y es lo que hace de Julióbriga un caso fuera de lo normal.

Después de la visita, que es gratuita y al aire libre, vuelva de nuevo a la Iglesia. Justo al lado, donde se encuentra el aparcamiento, y al lado de éste tiene el mejor mirador al embalse del Ebro.

El embalse, que fue construido en el año1913, es hoy el espacio de agua dulce más grande de España. Desde ese especialísimo mirador se descubre un pequeño puente romano que traza de extremo a extremo el embalse.

La Cantabria de interior, de los valles, ríos y embalses de la zona de Campoo, regresa de nuevo al lugar donde surgió esta ruta, a Fontibre. A los paseos entre hayedos, a los amaneceres bajo una tenue luz invernal y a las noches melosas envueltos en la lumbre tendenciosa de una chimenea.

Artículo de SARA F. CUCALA

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